Pensábamos que la mayoría de españoles llamados a votar ignoraban la fecha de estas elecciones, que otros desconocían la mera existencia de los comicios, que otros tenían mejores planes futbolísticos en el país vecino, y que otros muchos, muchos, decidirían abstenerse. En lo que no nos equivocábamos era que de aquellos pocos que manifestaban acudir a las urnas el 25 de mayo, muchos serían los que apostaran por un voto de castigo y que la práctica totalidad votaría en una clave nacional.
La Unión Europea, esa gran desconocida en cuanto a su funcionamiento e instituciones, se ha percibido en los últimos años tras la crisis económica de forma mucho más cercana. Y, desde luego, una cercanía nada afable.
En el caso de España, los últimos años han generado una grave disminución de la confianza en las instituciones públicas y políticas a nivel nacional, pero también en el ámbito europeo. La cifra de confianza de los españoles en la Unión Europea bajaba de un 58% a un 21% en cinco años.
La maquinaria de las campañas electorales se ponía en marcha con una clave nacional. En España, las europeas suponían para los partidos una evaluación a sus políticas y para los ciudadanos significaban una oportunidad para castigas a estas formaciones.
Se esperaba, tal como mostraban las encuentras, un descenso considerable de los dos partidos mayoritarios y un aumento de los votos a los minoritarios y, sobre todo, se esperaba una gran abstención.
Y la realidad ha superado las expectativas.
La abstención, a pesar de lo esperado, ha sido menor que las anteriores elecciones europeas y el bipartidismo, en mayor medida de lo esperado, ha comenzado a desmoronarse en España.
Es difícil hacer tal afirmación tan rotundamente, pero lo cierto es que aquellos partidos mayoritarios, Partido Popular y Partido Socialista, por su propio comportamiento durante los años ambos en el poder, han generado tal corriente de descontento y decepción entre su propio electorado que han empezado a mostrar su debilidad frente a otras formaciones como Izquierda Unida, UPyD, Ciudadanos y el gran ganador de la noche electoral, PODEMOS.
Comenzando por la derecha, la pérdida espectacular de votos del Partido Popular, de algo más de 2.500.000 electores, siendo el partido en el Gobierno con mayoría absoluta desde hace tres años da para más de una reflexión. Los votantes de esta formación han optado por el castigo principalmente mediante la abstención. Son muchos los que antes que dividir el voto de la derecha, han preferido no votar a un partido que, en general, les ha decepcionado, tanto en las políticas aplicadas, en el caos legislativo generado, en la tibieza de sus formas en cuestiones relevantes para su electorado, como en los casos de corrupción mal pretendidamente ocultados.
Esta ausencia de votantes ha dejado un gran hueco para otras formaciones que se han hecho con el vacío del espectro electoral.
La opción que ofrecía VOX no ha podido convencer a estos electores que han optado por no usar su voto.
Ciudadanos no ha decepcionado y gracias a su mediático candidato, Javier Nart, y a un líder que ha conseguido erigirse como el político más valorado, se ha hecho un hueco en el Parlamento Europeo, a pesar de la paradójica caída en Cataluña, su nicho de origen.
Continuamos por la izquierda, el Partido Socialista. Flaco favor le ha hecho Felipe González tratando de salvar sus propios muebles hablando de una gran coalición entre los partidos mayoritarios.
Un partido difuminado, con graves problemas internos, con líderes discutidos, sin un programa claro, con excesiva tendencia al centro y con otros tantos escandalosos casos de corrupción han desalentado a su votante tradicional que no reconoce en la actual formación sus propias ideas.
El batacazo del PSOE en las europeas pronostica una situación desesperada de la formación que, o se regenera y define sus propias ideas o llegará a convertirse en un partido minoritario.
Los votantes de esta formación han buscado su alternativa en otros partidos. Lo primeros, tendentes al centro, han optado por UPyD, cuyo discurso comienza a escorarse más hacia la izquierda, lo que hasta ahora había sabido desdibujar. Los segundos, más tendentes al extremo del abanico, han optado por Izquierda Unida, partido tradicionalmente a la izquierda del PSOE que tras su época de decadencia ha sabido alzarse como el refugio de una gran masa de descontentos.
Los terceros… los terceros aúnan, no solo votantes de izquierdas anhelosos de una representación de sus ideas, si no a una gran masa, muchos de ellos jóvenes, de descontentos con el propio sistema que sienten que los ha dejado al margen, que lo consideran causante de su propia situación y de llevar al país a la coyuntura actual, y que han optado por Podemos.
Sin duda alguna, Podemos ha sido el gran ganador de la noche electoral. Su líder personalísimo, Pablo Iglesias, con una presencia mediática superior a la del resto de candidatos en tertulias políticas, ha conseguido hacerse con el discurso “claro que podemos” que tan cercano y amable resulta. Un discurso vacío pero altamente populista, un programa irrealizable, a no ser que el deseo sea parecerse a Argentina, en una coyuntura de crisis económica y alarmantes tasas de paro son ingredientes apetecibles y fácilmente vendibles.
El PNV consigue buenos resultados pero deja espacio a Bildu, incluso en Álava, donde el votante de derechas se abstiene antes que votar a una opción que no le representa.
CiU consigue hacer el ridículo en Cataluña, parte de su votante tradicional le da la espalda ante los disparates de Mas y el votante más independentista opta por acercase a ERC. En Cataluña, el PP se descalabra, como ya es tendencia los últimos años, ante la falta de una respuesta a su propio electorado a la espera de una rectificación de Mas motu proprio que no va a llegar una vez disparado.
El resumen de las elecciones europeas en España es una preocupante tendencia a un espectro político inestable.
Es cierto que los resultados de las elecciones europeas no son extrapolables. En eso, Rajoy tiene razón. Pero si la lectura del Partido Popular es que al menos se han conseguido salvar de la quema y en las próximas citas electorales sus antiguos electores volverán a votarles, a pesar de todo, para evitar la llegada de un «frente popular», pueden estar muy equivocados.
Es urgente una regeneración tanto del Partido Popular como del Partido Socialista. Una regeneración profunda y verdadera que devuelva a su electorado su representación en la política. En un año y medio el paro no habrá descendido, al menos no en un porcentaje suficientemente palpable como para anunciar un triunfo en este aspecto.
Las fuerzas de izquierda como Izquierda Unida, Podemos y ERC toman posiciones en una composición del Parlamento español que verá muy disminuida la presencia de los partidos tradicionales. Y serán estas mismas formaciones quienes lo hayan provocado.
Los resultados de las europeas en otros países también demuestran ese fuerte auge de los partidos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, con puntos de discrepancia importantes pero con un criterio común, el rechazo de la Europa de Bruselas.
Probablemente este notable aumento del populismo no modificará sustancialmente el comportamiento tradicional del Parlamento Europeo al no ser grupos cohesionados con dificultad para crear una alianza, pero indudablemente su presencia en el hemiciclo será muy perceptible.
Sin embargo, la corriente de la abstención ha estado presente en todos los países miembro, una corriente que provoca una mayor deslegitimación de las instituciones comunitarias y sobre todo de las decisiones que se tomen en el ámbito europeo y el posterior seguimiento, control y exigencia a los países miembros.
Una deslegitimación de instituciones que genera marcos normativos que deben tender a ser estables y seguros para que el necesario crecimiento económico y el desarrollo sea una realidad en Europa y en sus Estados miembros.